El mindfulness es mucho más que relajación: la diferencia que lo cambia todo
Es habitual asociar mindfulness con relajación, meditación o reducción del estrés. Como si practicar mindfulness fuera simplemente sentarse, respirar y soltar tensiones. Y, aunque a veces es así y también es cierto que reduce el estrés, el mindfulness es mucho más.
Reducirlo a relajarse o meditar es quedarse en la superficie. Su propósito va más allá: es un entrenamiento de la atención. Significa aprender a dirigir y sostener la mente en el presente, incluso en contextos donde la calma brilla por su ausencia: una reunión complicada, una entrevista de trabajo, fechas límite que se ciernen sobre nosotros, reestructuraciones, un conflicto en el equipo…
La relajación puede aparecer como efecto secundario, pero lo verdaderamente transformador es entrenar la capacidad de decidir dónde ponemos el foco. Ese cambio se nota porque nos permite detectar cuándo funcionamos en piloto automático, autogestionarnos y volver a centrarnos cuando la emoción nos desborda, regresar a lo importante tras una interrupción, ganar claridad para priorizar lo esencial frente a lo accesorio y mejorar la calidad de nuestras decisiones y de nuestras relaciones.
En la vida diaria esto significa regular la ansiedad antes de una entrevista, sostener la espera sin desbordarse o reconectar con lo que importa después de una negativa.
En las organizaciones implica equipos más atentos y enfocados en los objetivos, menos errores, más seguridad, menos incidentes y accidentes laborales y un entorno de trabajo más sano.
Al traducir La nueva ciencia de la atención, de Amishi Jha, confirmé cómo la investigación científica respalda lo que ya aplicaba en talleres y procesos de coaching. Nuestra mente divaga la mitad del tiempo, y eso nos resta eficacia, claridad y bienestar. Entrenar la atención no es un lujo: es una necesidad en un mundo de alta presión y demandas constantes.